domingo, 14 de febrero de 2010
Subsidiaridad: Persona, Sociedad y Estado. Intervención de Laura Juárez, Profesora de Economía del ITAM
El principio de subsidiaridad afirma que el Estado debe permitir y promover la iniciativa de la sociedad en los ámbitos donde los grupos o realidades intermedias que la integran son capaces de responder. Por realidades intermedias entendemos toda aquella asociación nacida de la libre iniciativa de la sociedad como la familia, las comunidades religiosas y culturales, asociaciones profesionales. Según este principio, el Estado sólo debe participar directamente en aquellos ámbitos en los que la sociedad por sí misma no puede responder o proveer adecuadamente los servicios que se requieren. Por ejemplo, la seguridad pública, la procuración de justicia, la defensa nacional y una cierta redistribución. También en otras situaciones, pero con carácter excepcional y temporal para no sustituir la libertad de la persona y salvaguardar al máximo su libertad.
De la Encíclica Caritas in Veritate:
“Sin duda, el principio de subsidiaridad[137], expresión de la inalienable libertad humana. La subsidiaridad es ante todo una ayuda a la persona, a través de la autonomía de los cuerpos intermedios. Dicha ayuda se ofrece cuando la persona y los sujetos sociales no son capaces de valerse por sí mismos, implicando siempre una finalidad emancipadora, porque favorece la libertad y la participación a la hora de asumir responsabilidades. La subsidiaridad respeta la dignidad de la persona, en la que ve un sujeto siempre capaz de dar algo a los otros. La subsidiaridad, al reconocer que la reciprocidad forma parte de la constitución íntima del ser humano, es el antídoto más eficaz contra cualquier forma de asistencialismo paternalista. Ella puede dar razón tanto de la múltiple articulación de los niveles y, por ello, de la pluralidad de los sujetos, como de su coordinación”.
¿Por qué el principio de subsidiaridad es relevante para Mexico?
La subsidiaridad propone un tipo de relación entre la sociedad y el Estado. En México, hemos vivido varias décadas bajo un Estado que domina amplias esferas de la vida social y económica, como la educación, la provisión de salud y hasta la vida sindical. Sin embargo, en varias de las necesidades más apremiantes, el Estado por sí solo se ha visto incapaz de proveer una solución adecuada como la calidad educativa, la sustentabilidad de las finanzas públicas, el combate a la pobreza, el crimen y la violencia. Si bien se puede siempre mejorar las estrategias y políticas públicas, no se trata de una cuestión sólo de tener mejores expertos en el diseño de leyes y programas, sino que es necesario tomar conciencia de que así como la sociedad no puede funcionar sin el Estado, el Estado también necesita cada vez más del protagonismo de la sociedad, pues la sociedad tiene energías y experiencias vivas propias que se pueden aprovechar y es capaza de aportar una riqueza humana y cultural que el Estado nunca podrá proveer.
Entonces ¿qué es lo que parece frenar una aplicación decidida de este principio a la vida de Mexico?
Nuestra situación cultural, como la de otros países, está marcada por un profundo individualismo en el que cada uno piensa que alcanza su bien y su felicidad mejor si prescinde de los demás. Y esto no es porque seamos malas personas, sino porque la cultura en la que estamos parte de esta idea negativa del ser humano para justificar la existencia del Estado. En la teoría política moderna, si cada uno busca su propio beneficio de manera egoísta y la sociedad no es una dimensión original de la persona, se necesita un Estado que pueda poner un dique a estos impulsos irracionales y defenderme del otro, que es un enemigo potencial. Por esto, muchas veces la iniciativa de la persona o de un grupo de personas es vista como portadora de intereses puramente particulares y, por ello, tratada con gran sospecha y no como posible contribución al bien común. Esto no es sólo filosofía, sino que se ha convertido en mentalidad común entre nosotros. Como ejemplo, cada uno puede darse cuenta de cuantas veces en la discusión mediática, política e informal con nuestros conocidos se revela que pensamos en términos de esta contraposición entre el Estado y los particulares, donde el primero organiza el bien común y el segundo, intereses particulares y egoístas que lo amenazan (ejemplos concretos: cualquier participación privada se acusa de privatización con clara connotación negativa; ante el incendio de la guardería del IMSS en Hermosillo, algunos políticos propusieron que el Estado retomara el control de las guarderías)
Si bien ha habido cierta apertura política y económica en los últimos años, es evidente la resistencia a una apertura real para la participación concreta de las personas desde los grupos y comunidades a los que pertenecen. Tenemos una democracia formal donde el individuo, como ente aislado, premia o castiga con su voto a sus representantes, vigila que cumplan sus promesas y exige rendición de cuentas. Pero no se le da espacio para que pueda participar activa y libremente en la solución de sus problemas a partir de su identidad cultural y pertenencia concreta a una realidad intermedia como la familia, la comunidad religiosa, el barrio, la escuela, la parroquia, el pueblo.
Por otro lado, tenemos una liberalización económica sin realidades intermedias. La visión liberal clásica dice que cada uno buscando su propio beneficio contribuye al beneficio de la sociedad, pero tampoco se reconoce que sin una pertenencia real concreta, sin realidades intermedias que eduquen a la persona, ésta se vuelve oportunista. Hay una apertura económica que es positiva, pero aparente y selectiva, porque es sólo para beneficio de ciertos grupos mientras que el Estado se reserva ámbitos clave como la educación, la salud y la cultura. Dice Benedicto XVI en la Caritas in Veritate: “Cuando la lógica del mercado y la lógica del Estado se ponen de acuerdo para mantener el monopolio de sus respectivos ámbitos de influencia, se debilita a la larga la solidaridad en las relaciones entre los ciudadanos, la participación y el sentido de la pertenencia”.
¿En qué aspectos concretos más sociedad sería un bien para el Estado?
La educación de calidad. La evidencia anecdótica y los resultados de distintas pruebas internacionales muestran que la situación general de la educación en deficiente. No logra desarrollar las capacidades de aprendizaje, lectura y matemáticas y, obviamente, tampoco dota a la persona de una hipótesis unitaria para enfrentar su vida. El Estado no puede proveer esta hipótesis, este sentido, y sin él no se puede ni siquiera enseñar a leer. Los portadores de un significado, de una tradición viva, y los primeros interesados por la educación del niño y la transmisión de esta herencia son las familias y comunidades religiosas y culturales. La educación pública no es lo mismo que educación uniforme del gobierno, como lo muestran los programas de vales educativos que han tenido resultados positivos en Bangladesh, Chile, Colombia y EU.
El combate a la pobreza. En México, la pobreza ha sido una preocupación constante y ahora más con la crisis. La respuesta del gobierno ha sido la expansión del programa Oportunidades, que ha obtenido ciertos resultados positivos, pero que no podrá resolver por sí mismo el problema. Benedicto XVI, dice que “Una de las mayores pobrezas que el hombre puede experimentar es la soledad. Ciertamente, también las otras pobrezas, incluidas las materiales nacen del aislamiento, del no ser amados o de la dificultad de amar (Caritas in Veritate)”. Si bien la función redistributiva del gobierno es muy importante, éste no puede acompañar, ofrecer una amistad, una compañía civilizadora que rescate a la persona, que la haga redescubrir su valor y su capacidad de actuar, de buscar su propio desarrollo. Ese compartir que también es educar, es implicarse con el otro, no puede ofrecerlo el Estado sin la ayuda de las realidades que ya están en la sociedad.
El combate a la inseguridad y violencia. Sabemos que la situación es grave. El jueves pasado el presidente Calderón declaró que la sociedad participará en la nueva estrategia de seguridad para Ciudad Juárez, pues “no basta con fortalecer las policías ni con el despliegue federal, sino que es indispensable recomponer aquellos elementos sociales que nos ayuden a disminuir y prevenir el delito”. La lucha contra la violencia no puede ganarse sin la sociedad, sin los grupos donde la persona es educada hacia el bien y ayudada a tomar conciencia de sí misma.
La sustentabilidad de las finanzas públicas. El aumento en los impuestos que estamos viviendo es porque verdaderamente al gobierno no le alcanza para cubrir sus gastos. La trampa del estatalismo es que el gobierno no quiere cobrarle impuestos a la sociedad porque es impopular, no quiere pedirle su contribución, pero necesita gastar mucho para poder gestionarle la vida. Por esto, no es casualidad que en nuestro país el apogeo de esta visión estatalista haya llevado a las grandes crisis de los años 70 y 80, fruto de un manejo irresponsable de las finanzas públicas. Una mayor participación de la sociedad mediante obras concretas puede reducir el gasto público que es innecesario, burocrático, y canalizar los impuestos a usos que realmente beneficien a la sociedad.
Por lo que he dicho, más sociedad es un bien para todos y también para el Estado. Entonces, ¿de dónde partir? La mentalidad individualista que describíamos antes nos afecta, determina cómo concebimos la relación entre el Estado y la sociedad, así como nuestro papel en la solución de nuestros propios problemas y necesidades. Sin embargo, si partimos de nosotros mismos podemos darnos cuenta de que no es verdad que alcanzo la felicidad prescindiendo del otro. También es verdad que hay ideales que de hecho impulsan a la persona a trabajar por el bien común (como los chicos que junto con algunos adultos han trabajado y hecho la muestra del batallón de San Patricio). Además, para que el Estado reconozca y abra espacios efectivos para estas realidades intermedias, se requiere la contraparte, se requiere que éstas realidades existan, sean robustas, activas y deseosas de participar y construir. Entonces, ¿de dónde partir? De la experiencia elemental. La experiencia elemental, el corazón, es el conjunto de evidencias y exigencias originales – belleza, bondad, amor, justicia, felicidad – que mueven a la persona a hacer cualquier cosa y a unirse con otros. Esto es el fundamento de una antropología positiva. El punto de partida de la persona es positivo. Giussani “¿Cómo puede el hombre mantener vivo este corazón frente al cosmos y sobre todo, frente a la sociedad? La respuesta es que solo no puede, pero sí implicándose con los otros. Estableciendo una amistad operativa (convivencia, compañía o movimiento), es decir, una asociación más copiosa de energías basada en el reconocimiento mutuo”. Por esto, también dice Benedicto XVI que “La criatura humana, por naturaleza se realiza en las relaciones interpersonales (CinV)”.La pertenencia a realidades intermedias sostiene a la persona en la búsqueda de una respuesta a su corazón, a su anhelo de felicidad, y también es el método para corregir la reducción continua e inevitable en la vida y en la acción, mediante una educación en una experiencia que pueda sostener toda la vida. Las comunidades intermedias (familia, escuela, iglesias, comunidades) no son lugares idílicos, puros, donde no existe la reducción del deseo, el error, el egoísmo, pero son sobre todo realidades donde se da una educación continua al redescubrimiento de las propias exigencias, a confrontarlas con todo, a defenderlas continuamente de las reducciones de la mentalidad común.
El Estado si sirve a estas realidades, esta sirviendo efectivamente a la persona en su dignidad y libertad, y contribuye a una sociedad verdaderamente plural porque la sociedad no sólo aporta tiempo y recursos a la solución de problemas, sino también una riqueza humana y cultural que no puede proveer el Estado. De hecho, los mismos valores democráticos no pueden sostenerse en el vacío, sino que necesitan de realidades comunitarias que desarrollen y comuniquen a otros la experiencia de un sentido positivo para la vida y lo plasmen en obras y en su actuar cotidiano.
Muchas gracias.
De la Encíclica Caritas in Veritate:
“Sin duda, el principio de subsidiaridad[137], expresión de la inalienable libertad humana. La subsidiaridad es ante todo una ayuda a la persona, a través de la autonomía de los cuerpos intermedios. Dicha ayuda se ofrece cuando la persona y los sujetos sociales no son capaces de valerse por sí mismos, implicando siempre una finalidad emancipadora, porque favorece la libertad y la participación a la hora de asumir responsabilidades. La subsidiaridad respeta la dignidad de la persona, en la que ve un sujeto siempre capaz de dar algo a los otros. La subsidiaridad, al reconocer que la reciprocidad forma parte de la constitución íntima del ser humano, es el antídoto más eficaz contra cualquier forma de asistencialismo paternalista. Ella puede dar razón tanto de la múltiple articulación de los niveles y, por ello, de la pluralidad de los sujetos, como de su coordinación”.
¿Por qué el principio de subsidiaridad es relevante para Mexico?
La subsidiaridad propone un tipo de relación entre la sociedad y el Estado. En México, hemos vivido varias décadas bajo un Estado que domina amplias esferas de la vida social y económica, como la educación, la provisión de salud y hasta la vida sindical. Sin embargo, en varias de las necesidades más apremiantes, el Estado por sí solo se ha visto incapaz de proveer una solución adecuada como la calidad educativa, la sustentabilidad de las finanzas públicas, el combate a la pobreza, el crimen y la violencia. Si bien se puede siempre mejorar las estrategias y políticas públicas, no se trata de una cuestión sólo de tener mejores expertos en el diseño de leyes y programas, sino que es necesario tomar conciencia de que así como la sociedad no puede funcionar sin el Estado, el Estado también necesita cada vez más del protagonismo de la sociedad, pues la sociedad tiene energías y experiencias vivas propias que se pueden aprovechar y es capaza de aportar una riqueza humana y cultural que el Estado nunca podrá proveer.
Entonces ¿qué es lo que parece frenar una aplicación decidida de este principio a la vida de Mexico?
Nuestra situación cultural, como la de otros países, está marcada por un profundo individualismo en el que cada uno piensa que alcanza su bien y su felicidad mejor si prescinde de los demás. Y esto no es porque seamos malas personas, sino porque la cultura en la que estamos parte de esta idea negativa del ser humano para justificar la existencia del Estado. En la teoría política moderna, si cada uno busca su propio beneficio de manera egoísta y la sociedad no es una dimensión original de la persona, se necesita un Estado que pueda poner un dique a estos impulsos irracionales y defenderme del otro, que es un enemigo potencial. Por esto, muchas veces la iniciativa de la persona o de un grupo de personas es vista como portadora de intereses puramente particulares y, por ello, tratada con gran sospecha y no como posible contribución al bien común. Esto no es sólo filosofía, sino que se ha convertido en mentalidad común entre nosotros. Como ejemplo, cada uno puede darse cuenta de cuantas veces en la discusión mediática, política e informal con nuestros conocidos se revela que pensamos en términos de esta contraposición entre el Estado y los particulares, donde el primero organiza el bien común y el segundo, intereses particulares y egoístas que lo amenazan (ejemplos concretos: cualquier participación privada se acusa de privatización con clara connotación negativa; ante el incendio de la guardería del IMSS en Hermosillo, algunos políticos propusieron que el Estado retomara el control de las guarderías)
Si bien ha habido cierta apertura política y económica en los últimos años, es evidente la resistencia a una apertura real para la participación concreta de las personas desde los grupos y comunidades a los que pertenecen. Tenemos una democracia formal donde el individuo, como ente aislado, premia o castiga con su voto a sus representantes, vigila que cumplan sus promesas y exige rendición de cuentas. Pero no se le da espacio para que pueda participar activa y libremente en la solución de sus problemas a partir de su identidad cultural y pertenencia concreta a una realidad intermedia como la familia, la comunidad religiosa, el barrio, la escuela, la parroquia, el pueblo.
Por otro lado, tenemos una liberalización económica sin realidades intermedias. La visión liberal clásica dice que cada uno buscando su propio beneficio contribuye al beneficio de la sociedad, pero tampoco se reconoce que sin una pertenencia real concreta, sin realidades intermedias que eduquen a la persona, ésta se vuelve oportunista. Hay una apertura económica que es positiva, pero aparente y selectiva, porque es sólo para beneficio de ciertos grupos mientras que el Estado se reserva ámbitos clave como la educación, la salud y la cultura. Dice Benedicto XVI en la Caritas in Veritate: “Cuando la lógica del mercado y la lógica del Estado se ponen de acuerdo para mantener el monopolio de sus respectivos ámbitos de influencia, se debilita a la larga la solidaridad en las relaciones entre los ciudadanos, la participación y el sentido de la pertenencia”.
¿En qué aspectos concretos más sociedad sería un bien para el Estado?
La educación de calidad. La evidencia anecdótica y los resultados de distintas pruebas internacionales muestran que la situación general de la educación en deficiente. No logra desarrollar las capacidades de aprendizaje, lectura y matemáticas y, obviamente, tampoco dota a la persona de una hipótesis unitaria para enfrentar su vida. El Estado no puede proveer esta hipótesis, este sentido, y sin él no se puede ni siquiera enseñar a leer. Los portadores de un significado, de una tradición viva, y los primeros interesados por la educación del niño y la transmisión de esta herencia son las familias y comunidades religiosas y culturales. La educación pública no es lo mismo que educación uniforme del gobierno, como lo muestran los programas de vales educativos que han tenido resultados positivos en Bangladesh, Chile, Colombia y EU.
El combate a la pobreza. En México, la pobreza ha sido una preocupación constante y ahora más con la crisis. La respuesta del gobierno ha sido la expansión del programa Oportunidades, que ha obtenido ciertos resultados positivos, pero que no podrá resolver por sí mismo el problema. Benedicto XVI, dice que “Una de las mayores pobrezas que el hombre puede experimentar es la soledad. Ciertamente, también las otras pobrezas, incluidas las materiales nacen del aislamiento, del no ser amados o de la dificultad de amar (Caritas in Veritate)”. Si bien la función redistributiva del gobierno es muy importante, éste no puede acompañar, ofrecer una amistad, una compañía civilizadora que rescate a la persona, que la haga redescubrir su valor y su capacidad de actuar, de buscar su propio desarrollo. Ese compartir que también es educar, es implicarse con el otro, no puede ofrecerlo el Estado sin la ayuda de las realidades que ya están en la sociedad.
El combate a la inseguridad y violencia. Sabemos que la situación es grave. El jueves pasado el presidente Calderón declaró que la sociedad participará en la nueva estrategia de seguridad para Ciudad Juárez, pues “no basta con fortalecer las policías ni con el despliegue federal, sino que es indispensable recomponer aquellos elementos sociales que nos ayuden a disminuir y prevenir el delito”. La lucha contra la violencia no puede ganarse sin la sociedad, sin los grupos donde la persona es educada hacia el bien y ayudada a tomar conciencia de sí misma.
La sustentabilidad de las finanzas públicas. El aumento en los impuestos que estamos viviendo es porque verdaderamente al gobierno no le alcanza para cubrir sus gastos. La trampa del estatalismo es que el gobierno no quiere cobrarle impuestos a la sociedad porque es impopular, no quiere pedirle su contribución, pero necesita gastar mucho para poder gestionarle la vida. Por esto, no es casualidad que en nuestro país el apogeo de esta visión estatalista haya llevado a las grandes crisis de los años 70 y 80, fruto de un manejo irresponsable de las finanzas públicas. Una mayor participación de la sociedad mediante obras concretas puede reducir el gasto público que es innecesario, burocrático, y canalizar los impuestos a usos que realmente beneficien a la sociedad.
Por lo que he dicho, más sociedad es un bien para todos y también para el Estado. Entonces, ¿de dónde partir? La mentalidad individualista que describíamos antes nos afecta, determina cómo concebimos la relación entre el Estado y la sociedad, así como nuestro papel en la solución de nuestros propios problemas y necesidades. Sin embargo, si partimos de nosotros mismos podemos darnos cuenta de que no es verdad que alcanzo la felicidad prescindiendo del otro. También es verdad que hay ideales que de hecho impulsan a la persona a trabajar por el bien común (como los chicos que junto con algunos adultos han trabajado y hecho la muestra del batallón de San Patricio). Además, para que el Estado reconozca y abra espacios efectivos para estas realidades intermedias, se requiere la contraparte, se requiere que éstas realidades existan, sean robustas, activas y deseosas de participar y construir. Entonces, ¿de dónde partir? De la experiencia elemental. La experiencia elemental, el corazón, es el conjunto de evidencias y exigencias originales – belleza, bondad, amor, justicia, felicidad – que mueven a la persona a hacer cualquier cosa y a unirse con otros. Esto es el fundamento de una antropología positiva. El punto de partida de la persona es positivo. Giussani “¿Cómo puede el hombre mantener vivo este corazón frente al cosmos y sobre todo, frente a la sociedad? La respuesta es que solo no puede, pero sí implicándose con los otros. Estableciendo una amistad operativa (convivencia, compañía o movimiento), es decir, una asociación más copiosa de energías basada en el reconocimiento mutuo”. Por esto, también dice Benedicto XVI que “La criatura humana, por naturaleza se realiza en las relaciones interpersonales (CinV)”.La pertenencia a realidades intermedias sostiene a la persona en la búsqueda de una respuesta a su corazón, a su anhelo de felicidad, y también es el método para corregir la reducción continua e inevitable en la vida y en la acción, mediante una educación en una experiencia que pueda sostener toda la vida. Las comunidades intermedias (familia, escuela, iglesias, comunidades) no son lugares idílicos, puros, donde no existe la reducción del deseo, el error, el egoísmo, pero son sobre todo realidades donde se da una educación continua al redescubrimiento de las propias exigencias, a confrontarlas con todo, a defenderlas continuamente de las reducciones de la mentalidad común.
El Estado si sirve a estas realidades, esta sirviendo efectivamente a la persona en su dignidad y libertad, y contribuye a una sociedad verdaderamente plural porque la sociedad no sólo aporta tiempo y recursos a la solución de problemas, sino también una riqueza humana y cultural que no puede proveer el Estado. De hecho, los mismos valores democráticos no pueden sostenerse en el vacío, sino que necesitan de realidades comunitarias que desarrollen y comuniquen a otros la experiencia de un sentido positivo para la vida y lo plasmen en obras y en su actuar cotidiano.
Muchas gracias.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario