EncuentroDF 2015

EncuentroDF 2015
Hacia las periferias del mundo y de la existencia: El destino no ha dejado solo al hombre

EncuentroDF 2015 - 6 y 7 de febrero

EncuentroDF será los días 6 y 7 de febrero de 2015.

Esta ocasión el evento se llevará a cabo los días 6 y 7 de febrero de 2015, y busca retomar la provocación del Papa Francisco de "salir de nosotros mismos para ir al encuentro de los demás, a la periferia de la existencia, a los más alejados, a los olvidados, a quienes necesitan comprensión, consuelo, ayuda". ¿Dónde están y cómo son las periferias del mundo y de la existencia en las que la Iglesia debe convertirse en compañía y presencia de amor, según el llamamiento del Papa Francisco? El encuentro cultural de este año busca responder a esta pregunta.

Organiza la asociación cultural La Aventura Humana. Comunión y Liberación.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Conferencia Magistral EncuentroDF 2010 "Vivir es Buscar la Realidad", dictada por Giuseppe Zaffaroni, catedrático de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico

¿Por qué María Zambrano nos dice que “vivir es buscar la realidad”? ¿Por qué “buscar”? ¿No estamos ya dentro de la realidad? ¿Qué necesidad tenemos de buscarla? Al contrario, ¿no es verdad que a veces estamos hartos de tanta realidad? ¿No es ya demasiada realidad la que nos ocupa e invade?
¿No corremos todos los días al trabajo, hacemos horas de pesero, oficina o taller, escuela o universidad, casa, comida, limpieza, compra, niños, por fin un poco de televisión y la cama? ¿Y mañana? Mañana se vuelve a repetir lo mismo…
Entonces la primera pregunta que me hago y que les lanzo es: ¿Qué significa estar en la realidad? ¿Cuándo estamos verdaderamente dentro de la realidad?

Zambrano nos advierte:

“(Mas) la realidad dócilmente se deja colonizar por el hábito, por los hábitos que el hombre adquiere en su vivir cotidiano. Y casi desaparece. Dentro de esa cuadrícula de hábitos, la realidad se desrealiza, se oculta, y al par que se desvanece se solidifica [de ahí que nos puede parecer sólida, tanta, demasiada]. La conciencia deja de estar despierta y atiende solamente a aquello que tiene ante sí, a aquello que tiene que captar de momento [lo que apremia, no lo que es verdaderamente importante, sino la tarea, el horario, el carro que no prende, el dinero que no hay]. El tiempo se contrae, se divide y su fluir se hace imperceptible… La libertad se duerme” (Filosofía y Educación, p. 142).

“Y así la vida cotidiana regida por el hábito, por la tranquilizadora costumbre que es seguridad, eclipsa la realidad y al ser que con ella trata…” (Filosofía y Educación, p. 143).

Entonces, de nuevo, ¿qué es estar en la realidad?

Para estar de veras en la realidad no es suficiente el contacto mecánico con las cosas, el trato acostumbrado con las personas, las acciones automáticas que repetimos todos los días.

De hecho ¿nos gusta vivir así? No, nos gusta. ¿Nos satisface? No. A menudo se escucha la expresión “¡ya no tengo vida!”. “¡Esta no es vida!”.

¿Qué le falta a la vida? ¿Qué es lo que buscamos? He aquí de nuevo la palabra clave de la frase de María Zambrano: “buscar”. Es más, ella dice “La vida es esencialmente hambrienta, menesterosa y ávida” (La España de Galdós, p.84).

1. Qué buscamos en la realidad

“Ávida” ¿de qué? De muchas cosas, parece. Y muy diferentes. Pero, esta es la pregunta: ¿qué deseamos verdaderamente dentro de todo lo que deseamos? ¿Qué le falta a nuestra vida, de qué somos ávidos? De “realidad”, responde María Zambrano? ¡No! diríamos nosotros. De nuevo me parece oír una voz dentro de mí: ¡hay ya demasiada realidad! No más realidad. Lo que necesito es salir de la realidad, necesito evasión, diversión, necesito olvidar, necesito una chelita bien fría, televisión, cine, internet, viajes, reales o soñados, hierba, un poco de mota…, lo que sea, con tal de salirme por un momento de esta realidad. ¡La realidad cansa!

Otros, más moderados pensarán que tal vez bastaría con aliviar un poco la presión de la realidad, liberarnos de un cierto trabajo pesado y tan lejano, tener un poco más de dinero, tener tiempo libre para uno mismo, tener salud, estar sin problemas... En pocas palabras la vida sería hambrienta y ávida de algo menos duro que la realidad: tranquilidad y paz, sentirse bien, pasarla bien, tener sentimientos positivos y placenteros, sin perturbaciones y angustias. Y así, diría Pascal, deslizarse sin tropiezos e imperceptiblemente hacia la muerte.

¿De veras es esto lo que buscamos?

Para verificarlo, propongo siempre a mis estudiantes un experimento mental: la máquina del placer (v. Spaemann, R., Ética: cuestiones fundamentales. Pamplona, EUNSA.). Unos científicos te presentan una máquina. Un hombre está tendido en ella con una expresión de euforia y gozo. Te explican que han inventado una máquina que gracias a una sabia dosificación de drogas y medicamentos puede garantizarte una larga vida de placer y bienestar continuo. Te prometen, además, una muerte sin dolor, después de una vida de puras sensaciones positivas, sin problemas, sin tensiones y preocupaciones. La única condición necesaria para sentirse bien toda la vida sería quedarse siempre en la máquina. ¿Aceptarías entrar en ella por siempre? ¿Por qué no? Si podemos conseguir todas las sensaciones positivas y placenteras, si podemos sentirnos bien las 24 horas de todos los días, si está garantizada la ausencia de dolor y de problemas, y una euforia, un gozo continuo, y luego una muerte sin sufrimiento, ¿por qué no entrar en la máquina? ¿Qué perderíamos entrando en la máquina? (Nota: hace años ninguno de mis alumnos aceptaba entrar, ahora ya encontré a alguno dispuesto a hacerlo…).

Piénsenlo bien. ¡Perderíamos la realidad! ¡Nos haría falta la realidad!

Preferimos nuestra vida tal vez mediocre, a veces dolorosa, con sus fatigas y trabajos mal pagados, con sus imprevistos y problemas, con una familia maltrecha, relaciones duras, a veces conflictivas, a veces ser víctima de injusticias… pero ¡es “vida”! Es real. Porque no me basta el sentimiento de ser amado, quiero ser amado, quiero alguien que me ame. Aunque esto puede resultar complicado, lleno de riesgos, de desilusiones, de fracasos. No me basta la sensación de un abrazo ¡quiero alguien que me abrace! No me basta la sensación de ser comprendido o estimado, quiero alguien real que me comprenda y me estime, quiero la experiencia de ser comprendido y estimado. A veces vivimos como cazadores de sensaciones más que de realidad y, sin embargo, en el fondo, lo que queremos es la realidad. Ni el sentimiento, ni las sensaciones nos bastan.


2. Primera condición para hacer experiencia de la realidad: poner en juego nuestras exigencias originarias


Hemos ganado una evidencia (espero): algo dentro de nosotros nos pide realidad, está hambriento, ávido de realidad.

La pregunta entonces es ¿qué nos hace falta para estar de veras y con gusto en la realidad? Nos hace falta vivirla de veras. Hace falta hacer experiencia de ella. El riesgo es el de vivir sin vivir, es decir, sin hacer experiencia de la vida, sin poder decir que esta acción es mía, esta relación es mía, este trabajo es mío, esta esposa es mía, este hijo es mío. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué podemos pasar a través de días, meses, años de actividad frenética, de relaciones, trabajos, sin que realmente esto sea vida, sea experiencia, sin que esto deje huellas en nosotros? ¿Es culpa de las circunstancias?

Pregunto a menudo a mis estudiantes: ¿Qué experiencia ha sido el semestre pasado? ¿Qué han vivido que sea tan significativo que ahora le vuelva prontamente a la memoria? Niebla, vacío… Pero es sencillo, en este momento cada uno de nosotros puede preguntarse lo mismo respecto al día de ayer o de la semana pasada: ¿qué pasó? ¿Qué he vivido, qué he experimentado?

¿Por qué es tan difícil que suceda esto que debería ser lo más fácil y sencillo, es decir, hacer experiencia dentro de las circunstancias concretas de la vida? La respuesta la leo todos los días en la cara de mis estudiantes. Normalmente entran al salón de clase dejando afuera lo más propio de ellos, lo más personal, lo que los hace vivos. Sencillamente dejan afuera su mismo yo, dejan fuera de la puerta sus deseos, sus exigencias más auténticas y humanas, el deseo de amar y ser amado, el deseo de una vida llena de sentido y de utilidad para alguien, el deseo de ser felices, siempre, también en aquella circunstancia que no les agrada mucho.

Este es el reto cotidiano: no renunciar a nuestra humanidad, o sea, a nuestros deseos, sobre todo a nuestro deseo de felicidad dentro de la situación de salud, de trabajo, de familia, de sociedad, en la que nos encontramos. Fuera lo que fuera, fuera la más contradictoria, dolorosa, incomprensible. No renunciar, por lo menos, a la dignidad de la pregunta ¿por qué? ¿Qué sentido tiene?

Si no, ¿qué llega al trabajo? ¿Qué llega al salón de clase, cuando mis alumnos, o yo mismo, llegamos sin esta dimensión de nuestra humanidad? Cadáveres, habría que decir, pero no, son organismos biológicamente vivos. Sin embargo están vivos como lo puede ser un hombre anestesiado en la mesa de un quirófano. Porque son las exigencias originarias de nuestro ser lo que nos abren a la realidad, nos lanzan a una búsqueda dentro de la realidad. Tiene razón María Zambrano: vivir es buscar la realidad ¡Tenemos hambre de realidad porque tenemos hambre de sentido, de afecto, de belleza, de satisfacción total, de felicidad!

Vivir es buscar la realidad, o sea, vivir es la aventura del encuentro con lo que corresponde a lo que nuestro corazón desea. Y lo desea no porque alguien (la educación recibida, la familia, la escuela, la televisión, los periódicos, la propaganda política) me lo hace desear, sino porque mi naturaleza de hombre me lo exige, me lo pide a gritos, me lo pide haciéndome sufrir su ausencia. Aburrimiento, desgana, malestar, vacío, hasta rabia, son los sentimientos que señalan esta insatisfacción. Este tipo de sufrimiento es sólo del ser humano. Lo notaba Leopardi, el gran poeta italiano de principios del siglo XIX. Un pastor mirando su rebaño dice:

“¡Cuánta envidia te tengo!...Cuando estás a la sombra sobre el prado,/ estás tranquilo y contento;/ y gran parte del año/ sin tedio pasas en aquel estado./ Y yo bien me siento a la sombra sobre el prado,/ pero un fastidio estorba/ mi mente, y siento como si una espuela me aguijara/ de tal forma que, aun sentado, más que nunca estoy lejos/ de encontrar paz ni sosiego…/ Si hablar pudieras, yo bien te preguntaría:/ dime ¿por qué yaciendo/ cómodo y ocioso/ se sacia el animal/ y si yo yazco en reposo me acomete el tedio?” (Canto nocturno de un pastor errante del Asia).

Esta experiencia de insatisfacción de la cual tan fácilmente huimos (basta prender la televisión, abrir internet, pegarnos una música al oído o llamar un amigo), que quisiéramos borrar, cancelar de nuestra vida es el recurso más precioso del que disponemos para que nuestra humanidad no quede del todo eliminada, anestesiada, satisfecha con lo que no puede satisfacer y, de hecho, no satisface. Siempre Leopardi anotaba en su diario:

“No poder estar satisfecho por ninguna cosa terrena, ni por la tierra entera; considerar la amplitud inestimable del espacio, el número y el tamaño maravilloso de los mundos, y encontrar que todo es poco y pequeño para la capacidad del ánimo propio; imaginarse el número de los mundos infinito, y el universo infinito, y sentir que el ánimo y el deseo nuestro sería todavía más grande que este mismo universo; y siempre acusar las cosas por su insuficiencia y nulidad, y sentir desfallecimiento y vacío, y por tanto aburrimiento, me parece a mí el más gran signo de grandeza y nobleza que se pueda ver en la naturaleza humana”.


3. Correlación “yo” y realidad

Nos decía María Zambrano: “Y así la vida cotidiana regida por el hábito, por la tranquilizadora costumbre que es seguridad, eclipsa la realidad y al ser que con ella trata [el ser humano]…” (Filosofía y Educación, p. 143).

La realidad y el “yo” se eclipsan al mismo tiempo. Y esto sucede porque se reclaman y necesitan recíprocamente. No hay posibilidad de que se constituya nuestro yo sin relación con la realidad ni que la realidad sea tal sin la intervención de nuestro yo. Porque

“si descuido mi yo, es imposible que sean mías las relaciones con la vida, que la vida misma (el cielo, la mujer, el amigo, la música) sea mía. Para poder decir ‘mío’ con seriedad hay que percibir límpidamente lo que constituye nuestro propio yo [aquellas exigencias de la que hablábamos antes]” (Giussani, El rostro del hombre, p.7).

Pero, al mismo tiempo, es precisamente la pro-vocación de las relaciones, de las circunstancias concretas de la vida, de la realidad, lo que despierta en nosotros los deseos, las exigencias, los anhelos profundos de nuestro ser:

“El hombre no comprende la verdad de la vida como una calculadora hace una división, una multiplicación o encuentra un radical muy complejo. El hombre reconoce la verdad de sí a través de la experiencia de la belleza, a través de la experiencia de gusto, a través de la experiencia de correspondencia, de atractivo que ella suscita, un atractivo y una correspondencia total, no cuantitativamente total sino cualitativamente” (Giussani, Certi di alcune grandi cose, Bur, Milano 2007, p. 220, traducción mía).

Depende del tipo de relación, de impacto, de trato con la realidad, que el yo se despierte, se constituya, tome conciencia de sí, nazca y renazca continuamente. Y mientras más los encuentros, los sucesos, los acontecimientos, las relaciones llegan a tocarnos, sacudirnos, herirnos, más nos interrogan, más quedan fuera de nuestra capacidad de reducirlos a lo que ya sabemos, más introducen una novedad, más atraen o repelen, porque corresponden o chocan con nuestras exigencias originarias, y más nuestra humanidad está cerca de una verdadera experiencia de sí misma y de lo real, más crece la posibilidad de qué la vida se transforme en una aventura interesante, en un camino hacia aquella intensidad de vida que en el fondo todos buscamos. Porque penetrar el misterio de la realidad es penetrar el misterio de uno mismo ¿piensan que se puede estar frente a los interrogantes que nos suscita un terremoto como el de Haití o frente a ciertos episodios de violencias que se están dando tan frecuentemente en México, sin verse obligados a dar pasos respecto a la preguntas sobre sí mismo? ¿Quién soy yo, de dónde vengo, a dónde voy? ¿Por qué aceptar una vida donde el sufrimiento está de casa y al final nos espera la muerte?

4. Segunda condición para hacer experiencia de la realidad: comprender su significado

Claro, en nuestras sociedades contemporáneas todo está organizado para que la realidad se eclipse y esto se consigue fácilmente si se consigue eclipsar estas preguntas, las preguntas que precisamente la realidad provoca. Preguntar por ciertas cosas se ha vuelto tabú. Una estudiante mía me contó que fue llevada al psicólogo a los 15 años porque le había preguntado a su mamá qué sentido tenía vivir… Esto, por lo menos en Puerto Rico, sucede muy a menudo.

Tenemos miedo a las preguntas y todavía más a las respuestas. Preferimos dejar la pregunta en el aire, preferimos quedarnos con el breve sentimiento que el hecho o la noticia nos han provocado y voltear pronto la página. Por eso nos encontramos perdidos después de años de vida intensa. Lo que se vive es estéril, no incrementa nuestro yo, por la reducción de la experiencia a sentimiento-emoción (“saturados de emociones y pobres de experiencia” nos encontramos “viejos vacío”, decía Julián Carrón) y lo más trágico, como decía antes, es que a esto educamos a nuestros jóvenes. La única preocupación del adulto “bien formado” parece la de que el muchacho no sufra, no quede traumatizado, olvide pronto (por ejemplo, llamar al equipo de psicólogos frente al suicidio de un estudiante en mi propia universidad).

Así todos quisiéramos un trabajo que no nos obligue a preguntarnos por qué trabajamos, una familia que no nos obligue a preguntarnos por qué tenemos familia, un mundo que no nos obligue a preguntarnos por qué y para qué existe este mundo y si vale la pena vivir en él.

No hay manera de estar dentro de la realidad sin tomar conciencia de ella, y tomar conciencia de ella significa tomar conciencia de su significado. Ir a la universidad queda algo incomprensible para mis estudiantes porque nunca se preguntan de veras por qué van a la universidad, nunca se han preguntado qué buscan, no saben cuál es el significado de lo que hacen.

Vivir es buscar la realidad. Vivir es buscar el sentido de la realidad, porque no hay relación humana con nada ni con nadie si no pasa a través de su significado. Yo no puedo relacionarme bien con esta cosa si no entiendo que es un micrófono, si no comprendo qué es un micrófono y como se relaciona conmigo y esta situación, es decir, con el deseo de encontrarme con ustedes y comunicar algo de mi experiencia.

No hay experiencia de la realidad, no hay manera de sentir el gusto de vivir la realidad (lo está repitiendo desde hace cinco años Carrón, y lo ha estado diciendo Giussani por 50 años), si no acepto el nivel humano del encuentro con la realidad, que es aceptar el golpe del por qué e intentar continuamente una respuesta. Respuesta que podrá ser más o menos acertada, la misma realidad nos lo dirá. Porque si tratas de veras de vivir de acuerdo a aquella respuesta, la realidad te dirá si está bien o está mal. Si pensara que este es un helado en lugar de un micrófono, y así lo tratara, me daría cuenta pronto del error. La realidad responde. Lo sabemos todos, por experiencia.


Conclusión


“Te levantas en la mañana y tu finalidad, la finalidad por la cual se te da la mañana, es la de ser hombre, de volverte hombre, es decir, de volverte tú mismo, tú mismo verdadero” (Luigi Giussani, 2002, traducción mía).

No hay más deber que esto. Buscar la verdad de sí mismo, realizar la propia humanidad, alcanzar la plenitud de la propia humanidad, esto es el contenido profundo, estos son el deseo y la tarea esencial de la vida. Pero la respuesta no está en nosotros, está en la realidad. Por eso vivir es buscar la realidad porque si hay una respuesta, ahí debe estar.

Se necesita realismo: atención a lo que sucede a mi alrededor, a la gente que encuentro, a lo que vive, a lo que me dice, a la cara que tiene - porque si uno ha encontrado un camino hacia la felicidad se ve de la cara y de la mirada que tiene - y atención a todo lo que sucede en mí, a todo lo que siento, pruebo, sufro, gozo, frente a la realidad.

La virtud fundamental, entonces, no es más que la del niño, abierto de par en par a la realidad. Pero ¿qué le permite al niño esta apertura total, esta disponibilidad a aprender de todo, esta seguridad de encuentro con las cosas y las personas? La certeza de que la vida es positiva, la certeza que la realidad es buena. ¿Quién se lo ha dicho? Nadie, así se encuentra hecho, o, mejor, así lo hizo Quien lo ha hecho. Y los padres, la presencia de los padres, es lo que garantiza, confirma y conserva en el niño esta apertura original, esta confianza original en la bondad de la realidad. La mirada amorosa de un padre y de una madre, su intervención premurosa, permiten al niño vivir con libertad y sin miedo sus propios límites. Los límites enormes del niño, su continua dependencia de los padres no son objeción, ni obstáculo para su camino y crecimiento. Su fuerza no es su fuerza, sino la de su papá, su saber no es su saber, es el de su mamá. Él puede, ella sabe; y esto le basta al niño. El niño puede y sabe lo que sus padres pueden y saben.

Algo parecido necesitamos también nosotros, los adultos, para poder estar en la realidad, para que la búsqueda de la realidad en la realidad no se detenga. También nosotros necesitamos una mirada así. La experiencia continua de nuestros límites y de los límites de los demás, nuestros errores y los de los demás, las injusticias, las decepciones y desilusiones de la vida (el fracaso en el trabajo o en una relación afectiva, los terremotos de México y Haití, o los terremotos dentro de nuestras familias o nuestra sociedad), ¿cómo es posible que no nos vuelvan duros, cerrados, escépticos o cínicos, con nosotros mismos y con los demás? De nuevo, todo se reconduce a nuestras experiencias y a la comprensión de nuestras experiencias, porque es en la experiencia que la realidad revela su significado. Se trata de dar un juicio, dar un juicio y tomar una posición que nadie puede tomar por nosotros: ¿cuál es el sentido último de esta fragilidad, de estos límites, de los límites de todo lo que conocemos, aferramos, construimos, amamos? ¿Qué significan estas experiencias de insatisfacción y vacío? ¿Qué significa esta hambre de felicidad y satisfacción que la realidad nunca logra satisfacer, sino que siempre agranda?

Necesitamos encontrar una mirada que nos permita mirar a nuestros límites, porque el límite puede ser la primera señal de una condición absurda, el primer asomo al vasto y terrible territorio de la nada o puede ser la primera señal, el primitivo contacto con el Misterio del Ser, el primer toque del abrazo tierno y misericordioso del Todo. Puede ser la puerta abierta sobre la visión desesperante de apariencias sin sentido o la ventana que nos revela la verdad profunda de nuestro ser criaturas en las manos de un Padre bueno; señal de la absurdidad de la existencia o sello amoroso de nuestra pertenencia a Otro, que nos ha hecho para Él y no quiere nos detengamos antes de haber llegado a Él.

Nuestra hambre y sed de vida, de existir sin límites, de intensamente vivir en la realidad, en última instancia, no es más que la búsqueda de una mirada, de un rostro, de aquella Realidad con la r mayúscula, Origen, Destino y Fundamento de nuestro ser, de aquel Otro al cual todo pertenece. Vivir es la búsqueda de un Tú, es buscar a esta realidad misteriosa, enigmática, que la tradición religiosa ha llamado Dios, promesa de satisfacción total en la cual sólo podemos descansar. Vivir es quaerere Deum (buscar a Dios), se sepa o no se sepa. Y lo buscamos y mendigamos siempre, y de muchos modos, dentro de la acción más pequeña como la más grande, la más justa o la más desacertada; buscamos esta satisfacción total, este bien absoluto cuando buscamos la mujer, o un hijo, cuando nos afanamos por el dinero o el poder, la fama o el placer. Lo que nos mueve es siempre una sola cosa, es siempre la misma sed, es siempre la misma hambre.

Es una paradoja: inconscientemente todos buscamos algo que esté dentro de esta realidad y al mismo tiempo no sea de esta realidad; algo que sea concreto, que podamos ver, tocar, abrazar, seguir, y que sea al mismo tiempo infinito, absoluto, total, porque nada limitado nos satisface; buscamos un Tú que llene de afecto y dé sentido a todo; en suma, todos buscamos algo humano y divino al mismo tiempo.

En la historia humana resuena desde hace 2000 años un anuncio. “El Verbo (la razón de la existencia de todo, aquello por el cual y para el cual todo está hecho) se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn. 1). Es decir, el Todo, el Infinito, el Origen y Destino de la realidad ha entrado en esta realidad como parte de ella, como un hombre que se puede ver, escuchar, tocar, abrazar.

Acampado en esta realidad.

Este mismo anuncio se nos ha dado y se nos da aquí y ahora.

Aquí y ahora, en esta ciudad enorme, ferviente de vida y caótica, donde se agolpa un pueblo marcado por este acontecimiento, tan “definido” por este acontecimiento y al mismo tiempo, a veces, tan confuso y olvidadizo; aquí y ahora se ha hecho carne, está presente con rostro y manos humanas, aquí y ahora, entre esta gente, en este Encuentro DF que han levantado con sus manos, pero no con sus fuerzas.

Vivir es buscar la realidad, una realidad humana que nos introduzca a la Realidad. Vivamos este buscar aquí y ahora, disponibles al encuentro con aquel imposible que sin embargo es lo que más deseamos. Cuando tenía 14-15 años recuerdo que escribía en mi diario: “No tengo miedo a la vida, al futuro. Sólo temo que un día la felicidad me pase a un lado y yo no la reconozca”. Gracias a Dios me equivocaba. Fue fácil reconocerla cuando me pasó a un lado. La verdad, la felicidad, lo que corresponde de manera imprevista y total al corazón es fácil de reconocer. Busquemos aquí y ahora. Abramos los ojos, mendigando una respuesta aquí y ahora. Él está presente, no en el pensamiento, no en los sentimientos. En la realidad. En esta realidad humana. Porque el Verbo se hizo carne (pasado) pero habita (presente) entre nosotros, ahora.

Deseo a todos nosotros que partiendo de las circunstancias, de las dificultades, del estado de ánimo o del error que sea, podamos volver a pedir, mendigar esta presencia. Porque la contemporaneidad de nuestras necesidades es precisamente lo que nos urge a reconocer la contemporaneidad de Cristo.

Gracias.

6 de Febrero 2010

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